La Mala Fe
La masturbación de los pingüinos
La tostada de la novela
Se sabe:
la felicidad se parece mucho a la angustia.
Pero
-aunque 'perear' sea el regalo de mis escamas a la nada
(y arruine nuestra relación)-
¿Qué pasa en el medio?
¿Qué pasa en el medio...
entre ddooss... momentos?
Momentos
que son eso: cuando las vías
y la espalda de la tierra torturada
se callan
el carro arañado para,
y no la lamparita: la vela en el casco se prende
y más...
A la cueva y universo de cielos, tierra y horizontes
de alquitrán (que somos)
la miro con mejillas quebradas
pestañas que son cárceles
cárceles protectoras
y sobre todo anteojos sin sol:
La felicidad, la angustia y el momento
además de quemarme hermanas
son el olvidar que la llama que ilumina el alquitrán,
que me pone anteojos negros
y encandila a los cuervos
ni siquiera es mortal: si la roza el viento
d e s a p a r e c e .
Entonces, Olivia:
las patillas me dejaron alquitrán derritiéndose como una lagaña espesa
negra, saliendo de mi escuchar
(alquimistas de la voz que crearon cera de muerto),
tratando de no caer
aferrándose como una lágrima a mi piel su acantilado.
Y el lente, hermoso en lo frío y sobrio
sin embargo
no me dejaba sentir cómo, cuando desaparece la luz de la angustia,
del amor; la felicidad -del amor-; o la llama el momento;
al fuego
lo veo en la oscuridad, cuando
solo y ciego
garúan plumas de alquitrán de la mina en la que habito
sobre mis párpados.
Así, de nuevo:
¿Qué pasa en el medio?
¿Qué pasa entre dos?
La oscuridad, la no-vela, el fuego como tacto y no-luz, el mientrastanto entre momento y momento
(urgente como la que sonríe afónica; rubia de querer bailar; piel cobriza de alcohol)
tiene el dibujo (las palmeras, un lunar, el mago) de tu nombre
Olivia.
Volví para morirte
-dijo
odio tanto
a ese que tose frases como locomotoras de un siglo con números romanos
Por eso y porque
-no va a usar esa palabra
no (extremadamente) odio
canta
en el quirófano que es el inodoro de mi casa
si me preguntaran por las aldeas que se inventan
Año Sueño
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.
Fernando Pessoa (Tabaquería)
You came to me
In my dreams
And you spoke of everything
Sweeter than the days that I was breathing
El Culo de Sofía
Siempre sospeché que Dios era un Culo. Ahí, excitado, en Dios, en el Culo, todo confluiría. Cuando, en el post anterior, decía lo que decía Sofía, tratando de, supongo, decirme otra cosa que lo que dijo en las dijeras de los digos digueando, yoyando, matando, yoyando y llorando, pensé en el Culo. En los Sueños y en el vaivén del culeo.
Como dice el que dice a través de Correa Luna en el texto citado, el enconche no es lo mismo que el encule. Mientras que la concha es individual al extremo -los culos son todos distintos, pero conchas... conchas no hay dos iguales-, es emocional en los sentidos -hay los que tienen miedo a sumergirse en lo que el mar trata de imitar desde el principio de los tiempos: el interior, oloroso, de distintas rugosidades, calores, mareas y vacíos de una concha; y las que temen entregarlo-. Y además, yendo a lo simple, mediocre y televisivo que me trae acá, que me llena el alma y me deja escribir, la concha la tienen sólo las personas que se dicen, que decimos, mujeres, y el Culo no.
El Culo lo tienen todos y todo. No solamente los nenes y las nenas, los animales y los bichos, los aparatos que defecan y el cielo con su agujero de hozono y el espacio con sus agujeros negros, sino, más aún -y de hecho sólo acá, si nos volvemos hiper televisivos... hiper reales- en las relaciones.
Sofía, muy de Culo, creo que cuando decía "Me olvidé, fui una olvidada y empecé a ser alguien que olvida. No me olvidé (...) Volví a amar. Fui alguien amando, en este año, como nunca fui en mi vida. Fui alguien llena de odio.", conociéndola, no es que dijera las cosas de manera compleja, ni que no dijera lo que, yoyando, estaba diciendo. Pero a mí, que la conozco tan poco y por eso sabe tanto de mí como yo de ella y ninguno de sí mismo, esto me disparó directamente a Dios, el Culo. Y la forma de manifestarse, como la de un humano es teniendo poder sobre su vida en tanto tiene poder sobre su muerte, es con el Culeo.
Para entender el año que tuvo Sofía -en realidad para entenderla y saber quererla más, hasta que me traiga el cupón de Ticketek para tirarnos porsin paracaídas-, le pregunté si era así, si el año no tenía que ver con la forma del Culeo. Y me dijo:
"Eso que va s a citar en el post, lo de olvidada, lo de amar y lo de amar de otra manera, no está tan lejos de tu idea pajera del culeo. Claro que el odio, estar llena de odio, puede ser rápidamente amalgamado con la idea de la entrada violenta al culo. A mí me gusta, pero todos creen que les miento cuando digo que enfermarme de todos los que, cerca o lejos, me rodean, lo disfruto. Lo mismo con la parte del olvido. La acabada, que entra como entró al que voy a olvidar, entera, caliente y pura, llena de verdad y de todo lo que quiero hasta el final de mis días, queda estancada, después, acostada en mi horizontalidad, como un olvido. Ya no está. Pero, y no por biologisista, estúpido, no se fue. No hay olvido. Es por tu idea de Dios y Culo y todo eso. La acabada está ahí, esperando reaccionar a mis movimientos y yo a partir de ella y entrar en una cadena, en una relación, de culeo interno".
Sin embargo, lo que me interesaba (conociendo el placer por no sentir placer, sobretodo en los demás, que Sofía y yo sentimos) era la parte del amor. Trillado y aburrido, no hizo falta, como nunca, que le preguntara nada para que hablara:
"Y vos, infantil, cuidadoso y lleno de tácticas... calculador... es más, si yo no fuera una cagona que no le tiene miedo a nada, te diría cagón... si, vos, que querés saber sin decirme qué relación tiene mi 'Volví a amar' con tu Culo, tu Dios y la Concha de tu hermana, que algún día voy a ser yo, te digo -con amor-: El amor ES, de hecho, un Culeo constante. Este año (yo hablaba de mi año) dejé de ver a una persona. Creo, digo, siendo Sofía, que, aunque sea en mí, el Amor se reveló en toda su infinitud, masacre y divinidad, hac ia esa persona, no durante los setecientos años que estuve con esa persona, sino en el último instante.
Como una pelota amarilla que, cuando está en lo más alto, está en lo más lento y al revés, el amor, cuando se destruye, se revela a sí mismo, se sincera, pasa a llamarse Amor: después de miles de eras de estar enamorado, cuando dejé de ver a ese hombre, lo amé realmente, por primera y última vez. No hay separación entre una y la otra. Y es más: como la pija que entra por última vez para acabar, distinta a todas las que me entraron tantas veces antes, arremete con la guasca en la punta, tiesa como el infierno, dolorosa en sus lugares y en los míos, el amor se revela único y final. No hubo amor antes ni después. Nunca más acabadas que me llenen.
Y lo más triste -terminó Sofía-, es que esa acabada final que nunca se repetirá, aparece, distinta y hermosa, en lo más alto del amor, con cada acabada que tuve antes y que voy a tener después."
No hay cosa más linda que una rubia teñida (2)
El otro día, él me dijo, aunque no recuerdo exactamente, algo con respecto a la altura del año en la que estamos, siendo, ella, particular, distinta, de alguna manera la única altura del año de los últimos años. Algo así, dijo él, como si nunca, a esta altura del año, hubiera sentido un año tan lleno, con tanto tiempo adentro y tantas cosas adentro.
Claro que, debido a mi natural y sino naturalizada afición por el infantil, gastado y bochornoso silencio, mi respuesta fue corta, obvia. NADA. Sin embargo, entendiendo que, tanto él, como cualquier ella, como cualquier todo y como cualquier cosa, no son más que las coordenadas trazadas por nada más que mi mente, traté de revertir la situación y contestarle en serio a él y al planteo que me hizo, a partir de preguntárselo a Sofía.
Mi Sofía. (En tanto lo mío es la lejanía absoluta entre lo que mis ojos deciden que ven y creen -sólo pueden creer y nunca saber- y ese ser que sólo sé que es porque lo decido; pero, si lo creo, si tengo fe en que ese otro, Sofía en este caso, es, también tengo que morir constantemente al entender que a lo que creo, en lo que tengo fe que es al margen de mi mente, nunca lo voy a poder alcanzar. Porque no soy yo).
Sofía, cómoda, inalterada, sin sonrisas ni infelicidad en los labios, me contestó que sí. Yo, dijo Sofía, estoy, aunque no lo había pensado, en la misma. Pero lo había sentido. Y eso, claro, está tantas veces más cerca del saber que el pensar.
El año, como una ballena que presenta signos, ni siquiera síntomas, de algo que parece una enfermedad, pero que no se sabe si es benévola, maligna o -lo más probable- indistinta a esas palabras vacías y aburridas, está llena de costras, granos gigantes, colores nuevos y alterados en nuevas y alteradas formas, lugares, de su irregular y nuevo cuerpo. Está, el año -la ballena- tan cargado de curaciones, autoflagelaciones, heridas, placeres y amores que parece, podría, llegar a explotar y nadie se daría cuenta de que falta un mes. Este año, me decía, aprendí la única lección que voy a aprender en mi vida: nunca voy a aprender. Y no lo digo porque haya cometido algún error que ya había vivido antes. No. Para nada. A lo que me refiero diciendo que nunca voy a aprender es que nunca, aunque pasen miles de años, voy a saber algo. Saberme a mí. Como si no pudiese controlar el tan furioso cuerpo de emociones que recorre mi sangre empetrolada, me vi siendo, mucho más que haciendo. ¿Hice más que otros años? ¿Menos? Qué importa. Aprendí a no aprender, ni siquiera quién o qué soy. Aprendí cuando me vi siendo, cuando me sentí siendo, por un segundo de abstracción o conexión total, pura y absoluta con mi ser, otra. Otra, dijo Sofía, que, siendo sincera, sabía que podía ser. Y cuando fui, cuando esa posibilidad se hizo hecho, aprendí que no me puedo aprender, que ser es distinto y tanto mejor que saber la posibilidad de ser. Y por ese ser no hablo de "cosas copadas" o "terribles sufrimientos" exluyendo unas u otras. Excluyendo la soledad o la compañía total. No. Por ser me refiero a verme, en este año, en distintos y un mismo momento, siendo algo más.
Creí, como nunca antes, dijo Sofía, en mí. Me odié hasta el punto de ser yo odiándome en toda la plenitud de mi ser. Me amé; me amé hasta sentir y saber que mis dudas, mis sospechas, mi paranoia era tan mía, tan real, estaba tan ahí que nadie me la iba a sacar, al margen de su verdad, de lo que sean los otros, de su mentira. Me olvidé, fui una olvidada y empecé a ser alguien que olvida. No me olvidé. Caí, como siempre o nunca, no sé, en que, no la persona, sino la sensación de amor, de ser en torno al otro no se puede olvidar, siendo una, tres o todos los chicos, modelos, amigos, pajeros, padres y no amigos que se cruzaron por mi vereda, mis noches, mi trabajo y mi computadora. Volví a amar. Fui alguien amando, en este año, como nunca fui en mi vida. Fui alguien lleno de odio, hasta acalambrarme la mandíbula, hacia el odio mismo de los demás. Me cansé. Fui y soy y de alguna manera seré alguien que se cansó de la violencia gratuita de los demás. Y me encargué de ser, a veces sin querer, otras queriendo, alguien llena de violencia gratuita. Pero yo, dijo Sofía, no voy a ser una imbécil más, repleta de esa violencia gratuita de manera infantil -más que yo-, pesada, asexuada y, sobre todo, aburrida. No. Mi violencia gratuita prácticamente no se ve. Mi violencia gratuita no me importa que se vea. Mi violencia gratuita no la muestro. La soy. Y esa violencia, gratuita a veces, con razones otras -para los demás; para mí siempre hay razones para ser violenta-, si la tuviese que describir, diría que se parece a la violencia inmensa de un acorde luminoso, sin raspones obvios, sin notas oscuras, de una guitarra con un poco, no mucha, casi nada de distorsión. Mi violencia gratuita, que corre en mi carne podrida cuando los miro, cuando sé que los voy a mirar y cuando sé que no estoy sola, se parece al helado de verano que se chorrea, se balancea y antes de caer, frío y para morir, en la baldosa sucia, se acomoda en los movimientos de serpiente que, innatos en su violencia, guían la mano del chico y no el chico a la mano. Y no caigo. Mi violencia gratuita se parece al silencio y a la lentitud emocionante que tiene un lavarropas cuando moja, enjabona, levanta y vuelve a soltarle la mano a la remera que, contenta, drogada de polvo y aromas tropicales, se deja violar por la máquina.
Mi violencia gratuita, dijo Sofía, es tener una seda flotando sobre mi cara, todo el día, todos los días, que me impide saber quiénes son los demás, cómo se mueve la realidad y, fundamentalmente, que no me deja ser reflejada en el espejo y ver -nunca voy a aprender- quién soy yo.
(Mustis) CALLES DE (timu) NORDELTA
Caminaba por esas calles que uno imagina con un sol que, por estar a milímetros de distancia de nuestras caras, ya no quema, ya no tiene qué más quemar. Casas muy bajitas, para personas digitalizadas, de esas que están en los folletos de inmoviliarias de los noventas o carteles de obras muy grandes. Un lugar en el que el amarillo es sinónimo de gris, y viceversa. Pero no. Las calles no tenían nada que ver con eso. Era la noche. Esa calle fue la noche. Con árboles de esos que uno siente cuando mira que, sobre las zebras de plástico nordelteñas, hay hojas, algo pegajoso y una sombra acribillada y monstruosa. Lleno de sombras. Sin guardias, más que un auto que pasaba cada media hora. Y en el medio, entre las dos veredas verdosas y húmedas, había una luz borrosa, tan poco nítida, que se veían estrellas naranjas al lado de los postes y los cables. Pero lo importante vino después. Había llevado, para el camino a la Petrobrás, el cigarrillo viajero que me quedaba, y un encendedor verde que ya no usaba porque a pesar del ruido agudo y líquido que se oía cuando lo giraba como una hélice, estaba vacío. Y acá te perdí.
Ustedes, los que no fuman, no entienden. El sonido ahogado y ansioso de la rosca metálica, el chispazo disparando espinas impotentes de fuego, y el olor grisáceo, azulado y burlón del gas saliendo como sin saber por qué llegó hasta ahí, no son las mismas cosas para ustedes que para mí. La ausencia. El dolor. La soledad inmensa cuando uno sabe, por un relámpago de tiempo, que se va a rendir, que ya no funciona… crea enfrente de mis ojos un desierto iluminado, de casas deformes e irregulares, con autos a lo lejos y gente, civilización, a un par de cuadras, calles al fin y al cabo, pero que están vacías de sentido. Desiertas de alguna relación con mis emociones. Y, como si viviese en un pueblo de alguna montaña llena de tumbas vacías, y los astros, dioses o números, estuvieran insertados en el movimiento y destino de las cosas, el relámpago siguiente a mi relámpago de rendición, fue la llama que volvió a nacer. Mantuve el encendedor, innatamente, apretado, sin dudar de esa nueva parte de mi cuerpo, y sentí cuán lejos estamos. Cuán lejos llegamos a estar. Cuando, después de eras de angustia, la llama prendió, mis oídos calientes escucharon una explosión demencial, enorme, grave y absoluta, que cubrió las tierras, ahora prendidas fuego, del mundo, seguido al sonido del papel. Esas vocecitas quemándose vivas; miles de seres infernales, quemándose en el infierno del infierno, a medida que las brazas en la punta del cigarrillo, en mis dedos, en mi mundo, se iluminaron para exterminarlos y purificarme una vez más. Limpiarme de todas las enfermedades.
Sentí eso en las calles de Nordelta. Y nunca me encontraste.
mis calles de tu nordelta = tus calles de mi nordelta = mistus calles de tumi nordelta = tusmis calles de mitu nordelta = tis calles de timu nordelta = mus calles de ti nordelta
[me mataron en nordelta]
LA MUERTE: Peña, Michael Jackson y de Narváez
Man! Se murio peña!
Estos últimos meses había escuchado bastante a Peña y me llamaron la atención un par de cosas. Lo noté más politizado, en el buen y único sentido: nunca había escuchado a otra persona hablar de política tan real y seria-mente. Ya no a partir de sus personajes, sino con la voz aireada y entera que recorría mis escalofríos por la mañana, escuchaba claro y verdadero que, por ejemplo, de Narváez es un narco recontrahijo de mil putas -y ahora que ganó toma otra dimensión, ¿no?-; San Isidro es un lugar manejado por mafiosos de la San Puta; la provincia de Buenos Aires, lo que hicieron con ella y los que hicieron con ella lo que quisieron, todos, son una garcha; que Nacha Guevara es Garcha Guevara; que Cristina, como Kirchner, son dos ratas de puerto con un lindo disfraz; que a D' Elía lo tiene que agarrar un camión; que los conchetos de San Isidro están todos del orto, enfermos hijos de puta. Que todo (y todo es el gobierno, el anti-gobierno, las terceras vías... en definitiva: todos: la gente: todos) empuja hacia la mierda. Que hay que salirse, escabullirse, se puede y es cuestión de plantarse y de no plantarse; de saber correrse todo el tiempo de la mano correspondiente y mirar cómo nos esquivan los bondis de frente. Viajar pasado en merca hasta Brasil; tener perros y quererlos más que a la gente; poder degollar uno de tus perros por una convicción artística; cagarse en todo, absolutamente todo lo que no sea real. Y por real quiero decir lo contrario a ciertos factores básicos de los que por suerte era bastante claro al atacarlos: el concheto orgulloso, el puto orgulloso, el político orgulloso, el cura orgulloso, el cabeza de tacho orgulloso, el travesti orgulloso, el macho-man orgulloso, el judío orgulloso, el mediocre orgulloso y más. Porque en definitiva, lo que unía a todos sus personajes era que presentaban una especie de seguridad en lo que eran. Pero una seguridad falsa. Una seguridad con respecto a una identidad que en realidad es otorgada por los otros, por la sociedad y, bueno, como somos parte de ella, por nosotros mismo al final, pero habiendo transitado un camino exterior, prejuicioso y cagón. Plantarse no es tener orgullo de lo que somos porque plantarse es saber que no somos nada. Mejor aún: somos la posibilidad de. ¿De qué? De cualquier cosa. Y cualquier cosa no quiere decir un personaje y ya: cualquier cosa quiere decir todo, adelante, el cambio, la multiplicidad, el no saber, la falta de certeza y elegir no elegir. Ser alguien que no termina de ser nunca y que de hecho deja de ser constantemente lo que era. Ser lo que está por ser. Etcétera.
El jueves 25 pasado, a las 19:45, me llegó otro mensaje de ese mismo amigo:
Se murio michael jackson
Cuando abrí el blog, en el primer post escribí acerca de Michael. Justo había cumplido cincuenta años y como siempre me había parecido muy, muy, muy, MUY complejo el movimiento de las cosas que lo rodean, claro, generado por el extrañísimo mundo, con sus ciudades y sus lagos, cabarets y salas de torturas, que era él, subí algunas ideas. Básicamente decía que el tipo este me pareció una continuidad de hechos, desiciones, noticias, bueno, información al fin y al cabo, que llamé TRANS. Se vestía, se operaba, se modificaba, sus abusos, su guita, sus deudas, los objetivos, la perspectiva en torno a Michael, todo, TRANS. Los contornos siempre los corrió; los límites entre bien y mal, claro y no claro, arte y basura, verdad y mentira, todo lo borroneó. Finalmente me preguntaba, a modo de duda TRANS, si todo lo que hizo con su cuerpo, con su prensa y demás no pudo haber sido por guita. No porque lo creyera, estuviera seguro de eso y odiara a las estrellas de Hollywood. Me parece que los límites de enfermedad/no enfermedad que transfiguró el rey del Pop habían llegado a tal punto que ya daba para hacerse cualquier pregunta. Hoy no. Hoy no tengo ganas de preguntarme si su muerte es real, TRANS o qué. No me interesa y justamente, creo, es porque me pasa lo que justamente me comentaba el mensajero este fin de semana: su muerte es algo muy artificial, que no me llega, y cuando lo hace, cuando pasa cerca de mi cara es como una brisa helada sin siquiera con olor a muerto. Michael Jackson concentró ciertos puntos fundamentales como para llegar al fondo de la tierra, besarle el culo al diablo y volver: arte, pedofilia, drogadicción, millones de $, deformarse el cuerpo como nadie lo hizo, mover masas, arte del mejor, estar completamente loco. Y eso que con el término locura no me llevo muy bien. Pero este tipo me superó. Qué análisis ni tres pelotas... Michael Jackson es la última cara de la historia del mundo. Hitler y después él.
El viernes 33 que viene, a las 20:52, me va a llegar este mensaje
Se murio de narvaez man!
Y no porque lo vayan a matar, se vaya a suicidar o vaya a tener algún tipo de explicación médica. Se va a morir, después ella, después Néstor y Cristina, después Solanas, Zamora y así hasta cada uno de nosotros. A la vez mi viejo me va a llamar al laburo y me va a decir que se murió mi abuela. No voy a sufrir y voy a conectarme al msn. No va a haber escándalo ni nada parecido en los nicks de mis contactos. No va a haber contactos conectados. Y voy a mirar afuera y ver cómo los que caminan son pocos. Y va a haber un cuerpo en la entrada de mi trabajo que va a ser el de una chica. Sofía. Mi Sofía. Y tampoco voy a llorar porque para eso va a estar mi compañero de trabajo: él va a correr hasta la puerta, la va a levantar apenas como en las películas y la va a abrazar. Va a saber que él debería haberse muerto con ella. y entonces todas sus entrañas, toda su sangre va a congelarse de una angustia enorme y se va a querer morir. Yo mientras voy a estar quieto. Mi Sofía. Voy a estar mudo. Queriendo haberla abrazado. Pero no lo voy a hacer, porque no creo y por ende no voy a querer realmente. El amor no existe. Entonces me voy a olvidar de Sofía como me olvidé de otras y me voy a acordar de mi familia. De mis días, mis mañanas. Y voy a verme desde arriba, casi a las nueve de la noche, naranja como el atardecer que va a estar siendo, solo. Voy a ver que nunca tuve familia y no voy a ver nada. Voy a saber que nunca tuve ropa, ojos ni boca. Los muertos van a caer silenciosos a mi alrededor, sin dramatismo alguno. Voy a saber que mis amigos van a estar muertos. Y me voy acordar que los amigos no existen. Que siempre estuve solo y que hasta en mi muerte, que no va a llegar rápido, pero no la voy a esperar ansioso, también voy a estar solo. Y cuando me muera voy a olvidarme de todo. Voy a dormirme a las nueve de la noche, de día, atardeciendo como toda mi historia, en el fondo del corazón de nadie. Nunca estuve en ningún lado. Muriendo mientras muere el mundo de fuego que es el sol.
La cultura se drogó cuando los políticos pidieron el puño de Jesús
Hoy estuve en la primera radio de humor que tiene Latinoamerica, en el programa Ok! Entendimos (programa nuevito, de apenas dos semanas y monedas), leyendo esto:
Carta de una oyente indignada con los políticos.
Mi nombre es María Teresa Hicks, soy de Martínez y tengo veintinueve años. No tengo vergüenza en decir que antes me llamaba Fernando Andrés Hicks. Y esto es fundamental para entender cómo viene la mano: desde el año pasado, cuando me divorcié de Sofía, mi mujer, me siento nuy bien. Y sobre todo libre: acepté que adentro mío estaba María Teresa y la dejé salir. Acepté que cuando le acababa a Sofía no era porque me excitaba cómo se abría los cachetes, sino por lo tanto que la había podido fajar antes. Me acordaba de lo impresionante que era sentir su saliva caliente en mis nudillos, por la piña que le había encajado en pedo. Y me acordaba de mi primo Benedicto; pensaba en declararme y todo eso. Pero no me quiero ir de tema.
Lo que quiero decir tiene que ver con las elecciones. No es que la votación me quite el sueño. Pero por qué no me quita el sueño, ése es el tema…
LA DROGA. El tema es la droga. A mí no me van a convencer de que los candidatos que vemos estos días estén realmente en contra de la droga. Y eso me enerva, me saca. Me pongo tan nerviosa que tengo que abrir una ventana, gritar, no sé, patear algo, cortarme o algo así y odiar cada vez más. Me dan asco. Hijos de p… No, no quiero ser malhablada, pero la verdad ¿Alguien me puede negar que todos están fomentando la droga? Y no hablo del tema ese del narcotráfico, eso no existe, es mentira. A mí me importa la droga, todas, todas iguales, que consumen los pibes, los grandes, todos, la droga que está en la calle. Y yo sé algo que no se dice, algo que lo ocultan bien y es digno de un plan infernal. Nos mienten y para colmo les creemos, lo festejamos, creemos que hacen una buena gestión por eso. Y así guardan un secreto que hasta al más cristiano de los cristianos lo embauca. Sé que corro riesgo de muerte por decir esto, pero no me importa. Alguien tiene develar el secreto que guardan estos criminales. Y que me amenacen: yo sé que en el cielo Jesús me va acoger entera, dios, como me enseñó mamá.
La jugada más hija de puta de todos los políticos, TODOS, y que mantiene vivo al mercado de la droga tiene dos sílabas: cul-tura. Sí, la cultura. ¿¡No se dan cuenta!? Es eso. Y no hablo de los centritos culturales, los teatritos de cuarta, los barsuchos para bandas o los murales de mierda que pintan los “grandes dibujantes” de esta época. No. Hablo de la cultura enferma que se infiltra en nuestras vidas. Esa que está en las grandes casas de discos, en el San Teatro que tenemos en Corrientes, en el Bellas Artes, ¡en el Colón! ¡Todos esos lugares están enfermos! ¡Sí señor! Porque si usted, como yo, como María Teresa Hicks, hija de cristianos y algún día madre de cristianos, no quiere a la droga; si usted NO ESTÁ A FAVOR DEL INFIERNO DE LA DROGA, honestamente, como buena cristiana, tiene que agarrar todos sus libros, todos sus cassettes, sus dvs, sus discos y QUEMARRRLOS. Porque todos esos músicos, actores, escritores, ¡todos esos artistas!, estaban completamente drogados cuando hicieron sus obras. Así es. No hay droga si no hay cultura. No hay droga si no hay cultura. Si sabemos, vamos señores, que la droga es uno de los trucos del Diablo, ¿por qué no aceptamos que lo hace a través de la cultura? ¡Nos mintieron siempre! Y los políticos de hoy siguen hablando a favor de la cultura! Con Macri tenía esperanzas. Pero no. No terminó con todo.
¡Ay Jesúúús! ¿Por qué la realidad es tan cruel? Estoy en un mundo que no es mío, sola, sin nadie que me abrace como lo hacés vos, a la noche, ¡quiero más! No me alcanza el manto, tu pecho, quiero tu pecho en mi espalda Jesús; mi angustia desde que me levanto hasta que me acuesto, no la quiero más! Yo quiero tu mano, tu brazo, Jesúúús, quiero tu puño, tu puño adentro mío, por favor, meteme el puño Jesús, ahí Jesús, meteme el puño por atrás y sacame de este nido de serpientes…
Bendiciones para un país enfermo.
María Teresa Hicks