(Mustis) CALLES DE (timu) NORDELTA

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Caminaba por esas calles que uno imagina con un sol que, por estar a milímetros de distancia de nuestras caras, ya no quema, ya no tiene qué más quemar. Casas muy bajitas, para personas digitalizadas, de esas que están en los folletos de inmoviliarias de los noventas o carteles de obras muy grandes. Un lugar en el que el amarillo es sinónimo de gris, y viceversa. Pero no. Las calles no tenían nada que ver con eso. Era la noche. Esa calle fue la noche. Con árboles de esos que uno siente cuando mira que, sobre las zebras de plástico nordelteñas, hay hojas, algo pegajoso y una sombra acribillada y monstruosa. Lleno de sombras. Sin guardias, más que un auto que pasaba cada media hora. Y en el medio, entre las dos veredas verdosas y húmedas, había una luz borrosa, tan poco nítida, que se veían estrellas naranjas al lado de los postes y los cables. Pero lo importante vino después. Había llevado, para el camino a la Petrobrás, el cigarrillo viajero que me quedaba, y un encendedor verde que ya no usaba porque a pesar del ruido agudo y líquido que se oía cuando lo giraba como una hélice, estaba vacío. Y acá te perdí.



Ustedes, los que no fuman, no entienden. El sonido ahogado y ansioso de la rosca metálica, el chispazo disparando espinas impotentes de fuego, y el olor grisáceo, azulado y burlón del gas saliendo como sin saber por qué llegó hasta ahí, no son las mismas cosas para ustedes que para mí. La ausencia. El dolor. La soledad inmensa cuando uno sabe, por un relámpago de tiempo, que se va a rendir, que ya no funciona… crea enfrente de mis ojos un desierto iluminado, de casas deformes e irregulares, con autos a lo lejos y gente, civilización, a un par de cuadras, calles al fin y al cabo, pero que están vacías de sentido. Desiertas de alguna relación con mis emociones. Y, como si viviese en un pueblo de alguna montaña llena de tumbas vacías, y los astros, dioses o números, estuvieran insertados en el movimiento y destino de las cosas, el relámpago siguiente a mi relámpago de rendición, fue la llama que volvió a nacer. Mantuve el encendedor, innatamente, apretado, sin dudar de esa nueva parte de mi cuerpo, y sentí cuán lejos estamos. Cuán lejos llegamos a estar. Cuando, después de eras de angustia, la llama prendió, mis oídos calientes escucharon una explosión demencial, enorme, grave y absoluta, que cubrió las tierras, ahora prendidas fuego, del mundo, seguido al sonido del papel. Esas vocecitas quemándose vivas; miles de seres infernales, quemándose en el infierno del infierno, a medida que las brazas en la punta del cigarrillo, en mis dedos, en mi mundo, se iluminaron para exterminarlos y purificarme una vez más. Limpiarme de todas las enfermedades.

Sentí eso en las calles de Nordelta. Y nunca me encontraste.

mis calles de tu nordelta = tus calles de mi nordelta = mistus calles de tumi nordelta = tusmis calles de mitu nordelta = tis calles de timu nordelta = mus calles de ti nordelta

[me mataron en nordelta]

3 olores:

Paloma dijo...

conozco muy bien los síntomas del encendedor moribundo. de hecho mi rojito sufrió un paro de rosca mientras leía. muy curioso. y muy lindo paseo por tusu nordelta.
saludos!

Lucila dijo...

Ustedes, los que no fuman, no entienden.

¿¿Hay alguien, ALGUIEN, que lea este blog que NO fume??

relámpagos dijo...

Falta algo. Algo que sabe un poco a una interrupcion algo abrupta y violenta, ese momento que hacia siglos sabias que estaba llegando, aunque afuera solo fue un instante. Vamos a llamarlos: el disparo fallido, y el disparador de hacerse cargo de caminar hasta la petrobras.
Sentis como se escapan las ultimas particulas de aire que te sostenian, mientras te destapan vilmente oidos, poros, fosas nasales, todo a la vez.
Es mas que una falencia en la herramienta;, es un desnude hostil ante un mundo demasiado externo y real.

Me lo hiciste sentir.
Buen texto.
Besos